EL ESTADO DEL BIENESTAR
Tratar de este tema supone algo así como meterse en un jardín de dimensiones versallescas. Es un asunto tan controvertido como importante. Nos encontramos ante la difícil disyuntiva que se nos plantea cuando tenemos que elegir imperiosamente entre lo urgente y lo importante. La sostenibilidad del Estado de bienestar está en peligro. Según los estudiosos de este asunto el peligro de derrumbe no es inminente en el corto plazo, pero es seguro en el medio plazo si no cambian mucho y pronto las políticas sociales y económicas que lo sostienen. El Estado del bienestar es deficitario y se financia con endeudamiento, por lo tanto su duración dependerá del recorrido que reste hasta agotar nuestra capacidad de endeudamiento. El Estado del bienestar es ante todo un concepto político que tiene que ver con una forma de gobierno en la cual el Estado se hace responsable de desarrollar toda una serie de políticas y actividades de carácter social y redistributivas que en un principio se pensó en aplicar a la población considerada más humilde o empobrecida y que con el tiempo ha terminado aplicándose a toda la población con carácter general y universal independientemente de sus rentas y/o de su condición social o laboral. El Estado ejecuta estas políticas sociales básicamente a través de cuatro frentes. 1º- Transferencias en puro dinero efectivo, en dos frentes fundamentales. Subsidios de desempleo y ayudas complementarias más las pensiones de jubilación. 2º- Las atenciones sanitarias prestadas a través de un sistema sanitario total y absolutamente universal y gratuito. 3º- La educación publica. 4º- Otros servicios asistenciales gratuitos que no tienen carácter general, aunque cada vez están más extendidos: vivienda, alimentación, etc. El conjunto de todas estas prestaciones sociales es lo que le da contenido al adjetivo “bienestar” que añadimos al nombre “Estado”. Antes de continuar con la exposición y para comprender y seguir mejor el razonamiento debemos decir que en atender estos cuatro puntos de carácter social, el Estado dedica el 56% de su presupuesto. De cada euro que cada uno de nosotros aporta al erario público, este destina 56 céntimos a estos menesteres, por lo que se suele decir que un Estado es de bienestar cuando dedica la mayor parte de sus recursos a promover el “bienestar social” (concepto confuso y etéreo), por encima de otras funciones que tiene encomendadas. Lo que hace que el Estado esté quebrado no son los coches oficiales (0,3% del gasto), la justicia (0,5%), el ejército y la defensa (2%) etc. que tienen mucho impacto mediático. Todos estos gastos también hay que reformarlos y recortarlos, claro está, pero es evidente que no es lo que provoca nuestra posición deficitaria sistemática. Pues bien, a día de hoy esta situación es insostenible si no hay más ingresos o un recorte de gastos o ambas cosas a la vez. El déficit crónico que venimos manteniendo –una parte cada vez más importante del gasto público está destinado a pagar deuda e intereses– junto con la deuda acumulada –puesto que el déficit no tenemos más remedio que cubrirlo con deuda–, ya está por encima esta última, la deuda acumulada, del 100% del PIB. Esta situación es insostenible en el medio plazo, y, este medio plazo se está agotando. Este modelo de Estado, según todos los datos disponibles, está agotado y no será viable en un futuro cada vez más cercano y probablemente la causa fundamental no sea estrictamente de carácter económico directo, sino indirecto, me estoy refiriendo al problema del crecimiento demográfico y alargamiento de la esperanza de vida que supone mayor prestación sanitaria y prolongadas pensiones. No estoy pensando en el problema alimentario maltusiano (un crecimiento excesivo de la población podría determinar una falta de alimentos). Bien gestionados y administrados hay alimentos para todos, sino al envejecimiento de la oblación por no haber suficientes nacimientos. No hay alternativa –junto con los recortes de gastos–, al crecimiento económico productivo y competitivo. Es el único camino a seguir. El ministro De Guindos, en mi opinión muy acertadamente dijo,”Si la economía española no crece en un corto plazo, será imposible mantener las prestaciones de pensiones y desempleo”. Aunque duela decirlo, el Estado del Bienestar en sí mismo es el que nos lleva al abismo y a la quiebra más absoluta. El sistema actual está visto para sentencia si no se genera riqueza suficiente vía crecimiento económico para pagar estos servicios. Lo dicho hasta ahora representa el aspecto socio-económico del problema, pero el Estado del bienestar nos plantea otro problema individual y muy humano que, aunque sea brevemente, hay que abordarlo. Mi razonamiento está fundamentado en el principio décimo del decálogo de mi admirado A. Lincoln “Usted (el Estado) no puede ayudar a los hombres permanentemente, realizando por ellos lo que ellos pueden y deben hacer por sí mismos”. Ha fomentado una sociedad adormecida y acomodaticia, lo que implica un debilitamiento de la misma sociedad con todas las consecuencias que ello conlleva. Al aceptar el Estado de bienestar no hemos hecho otra cosa que entregar al Estado más poder sobre nuestras vidas. Llevamos ya demasiados años pensando que el Estado se encargará de resolver todos nuestros problemas de carácter social y financieros. Esa idea ha hecho trizas la cultura del esfuerzo y de la libertad individual. De la misma manera que el Estado únicamente debe garantizar la igualdad de oportunidades en el momento de la partida, debería garantizar un mínimo vital a cada uno de los ciudadanos que se jubilen o se encuentren en situación de desempleo. Este mínimo debería coincidir con el salario mínimo interprofesional y las retenciones y deducciones obligatorias que se hacen de nuestros ingresos deberían estar en consonancia para garantizar este mínimo. El resto quedará a la libre disposición del ciudadano para contratar los seguros sanitarios, las subvenciones por desempleo y las jubilaciones complementarias. Estoy hablando del mismo dinero que en estos momentos se nos retiene, pero que el Estado solo administrará una mínima parte, del resto cada cual que sea libre y responsable de administrarlo acorde con su libre albedrío. Ya está bien que el papa Estado nos tenga que poner el pan en la boca cada día. En mi opinión esto embrutece la dignidad humana en un tiempo en el cada niño nace con un ordenador bajo el brazo.
Roberto Ferrada
Economista