EL GRAN ERROR DE LOS BANQUEROS
¿HACIA UNA NUEVA BANCA DEL SIGLO XXI?
La banca nunca ha despertado especiales
simpatías entre nosotros, los ciudadanos. Y ahora, tras el expolio y la serie
de engaños que se han puesto de manifiesto con la Gran Recesión cuyos efectos
todavía sufrimos, el sentir general hacia la banca es cercano al desprecio y el
odio. Asimismo, se ha evidenciado la escasa categoría de los banqueros, pese a
lo desproporcionado de sus emolumentos, propios de estrellas del deporte. No
son tan listos como nos querían hacer creer… Y, como veremos en el presente
artículo, van camino de cometer el mayor de los errores, que quizás acabe
determinando el fin del sistema bancario –y asimismo el sistema financiero en
general– tal como lo conocemos hoy en día. Pero, si es así, ¡no derramaremos ni
una lágrima por ellos!
Hasta hace bien poco, la operativa bancaria habitual de todo
ciudadano suponía trasladarse físicamente –generalmente andando– a una sucursal
bancaria próxima, hacer cola si era el caso e interactuar con un bancario
–empleado de banca, que no banquero, siendo estos últimos los “amos” del banco–
que era quien materializaba la operación bancaria que deseábamos realizar. Era
un intercambio de persona a persona, en el que había un diálogo, se resolvían
dudas, se contaban cosas, se opinaba, en definitiva se establecía una relación
personal.
Mientras tanto los banqueros, con la obsesión de bancarizar
la sociedad, presionaron para que se domiciliaran –en su banco, vía la sucursal
de proximidad– los recibos de la luz, del gas y del teléfono. Eso les resultó
fácil, pues eran los dueños –accionistas de referencia– de dichas empresas. Eso
nos obligó a mantener saldos medios apenas remunerados, dada la incertidumbre y
opacidad que rodea el importe de dichos suministros. El susto lo tenemos el día
que recibimos el cargo en el banco, que suele preceder a la recepción de la
factura. Así se evitan problemas de cobro y reclamaciones, pues ya han cobrado.
Aparte del hecho de que hoy en día no se puede prescindir de dichos
suministros.
Posteriormente, facilitaron mucho las cosas para que el
resto de suministros e impuestos y tasas fueran domiciliados también a la
cuenta bancaria. Con la misma sistemática opaca que anteriormente. Con lo cual
se aumentaba la incertidumbre respecto al importe y fecha exacta de cargo de
los recibos, y por tanto aumentaba también el saldo medio necesario, apenas
remunerado. Las dudas, como por ejemplo los plazos para rechazar el pago de un
recibo, nos las resolvía el empleado de banca –el bancario.
Siguió el proceso, en apariencia tan bien diseñado,
incorporando la domiciliación bancaria de las nóminas. Así se aseguraban de que
el dinero, en general, permanecía en el banco hasta que se gastaba. Para ello
hicieron toda la presión posible, mediante incentivos de todo tipo. A ello
añadieron la difusión masiva de las tarjetas de débito y los cajeros
automáticos. De este modo, toda la operativa que antes resolvíamos de una forma
muy sencilla, por el simple método de cobrar y pagar en efectivo, ahora la
pasábamos a hacer mediante tarjetas electrónicas de débito o crédito. Lo cual
además obligaba a que los comercios mantuvieran elevados saldos en las cuentas
bancarias. Y el banco pasaba a ser nuestra caja fuerte y nuestro monedero. ¡Nos
habían bancarizado! Y eso sin contar con la valiosa información de nuestras
transacciones económicas, toda en su poder.
Pero como las ansias de esta gente –los banqueros– son
insaciables, no contentos con el expolio al que nos han sometido con unos
rescates públicos que han puesto contra las cuerdas a los propios Estados, han
dado otra vuelta de tuerca más. Como toda la población ya estaba bancarizada
desde hacía tiempo, decidieron que la crisis era un buen pretexto y ocasión
para eliminar el eslabón débil –desde su óptica– de la cadena: el empleado de
banca. De repente y sin previo aviso comenzaron a inventarse comisiones por
todo tipo de operaciones hechas por los empleados de ¿nuestra? sucursal
bancaria de proximidad. Aparecieron cajeros automáticos como hongos. So
pretexto de racionalización de costes, comenzó un proceso de reducción de sucursales,
acompañado por una notable reducción del número de empleados de banca. Y la
promoción de la banca electrónica, vía Internet.
Hoy en día hablar con un empleado de banca todavía no es
imposible, pero cada día lo ponen más difícil. Y muchas veces nos acompañan a
la máquina –el cajero automático– y nos hacen ver que la operación es sencilla
de hacer. ¡Como si fuéramos tontos por no saberlo! Pronto nos cobrarán por
hablar con un empleado de banca, o porque nos ayude en alguna gestión
¡bancaria! Si no han comenzado ya, que todo se andará. Y, como era previsible,
ahora nos cobran comisiones por todas las operaciones que antes nos tramitaba
gratuitamente una persona –el bancario– y ahora nos las tramitamos nosotros
mismos, bien sea en Internet o en el cajero automático.
Es cuestión de tiempo que eliminen el contacto personal, que
hagan desaparecer del todo al empleado de banca, y por tanto las sucursales.
Primero lo harán, realmente han comenzado ya, con las pequeñas. Y al final no
dejarán ninguna. Nuestra interlocución bancaria se hará exclusivamente con
máquinas automáticas. Todavía podremos hablar por teléfono… con máquinas: se
pondrá un asistente con voz metálica que nos dirá “pulse la tecla 1…” Seguirá
habiendo bancarios, pero en tareas de mera burocracia interna, inaccesibles a
los ciudadanos. Y a estos también los irán eliminando.
En resumen, los banqueros han conseguido bancarizarnos de
forma lenta pero inexorable. Y han logrado su gran objetivo: hacerse
absolutamente imprescindibles. Una vez logrado dicho objetivo, pasan toda la
operativa a máquinas y asistentes virtuales, y desaparecen del paisaje urbano,
se virtualizan. Se transforman en una gran máquina virtual, con costes
ridículos de operación e inmenso potencial de beneficios, todavía mayor si
prosiguen la presente dinámica de concentración bancaria. Y la virtualización
es el mayor error estratégico que jamás hayan cometido los banqueros. Ahora
veremos por qué.
Lo que realmente lograrán los banqueros cuando alcancen un
grado elevado de virtualización será introducirse en un nuevo sector, el del
software. Dominado por gigantes tecnológicos como Google, Apple, Microsoft y
también Amazon, Facebook, Twitter, etc. Empresas con una reputación
infinitamente superior a la de la banca en su conjunto –y no hemos mencionado
aquí asuntos como el de las “preferentes” u otros de similar o mayor
calado– enormes bolsas de liquidez y una
superioridad tecnológica fuera de toda duda en el ámbito del software y, por
tanto, la virtualización. Más una base de clientes satisfechos infinitamente
mayor que la de los bancos. En definitiva, la banca va derecha hacia su propio
abismo.
Pues el verdadero activo de la banca, lo que realmente la podría
diferenciar del sector tecnológico, es la proximidad: las sucursales y sus
empleados. El trato personal, insustituible por máquinas. Y es precisamente a
eso a lo que están renunciando por su avaricia y miopía estratégica.
Y a nosotros los ciudadanos, ¿qué? Pues quizás salgamos
ganando, ya que es difícil estar peor: tenemos nuestro dinero en unas máquinas
que nos cobran cada trámite que hacemos con el sudor de nuestra propia frente.
Los banqueros siempre han diseñado sus productos y servicios pensando sola y
exclusivamente en su propio beneficio. Nunca se han parado a pensar en lo que
realmente nos convenía a nosotros, los ciudadanos, sus clientes. Han pasado de
nosotros. Se han blindado con normas y leyes que salvaguardaran su chiringuito.
Nos han despreciado. Nos han chuleado.
En cambio, las empresas tecnológicas han llegado donde están
mediante la oferta de productos y servicios pensados para nosotros, para
nuestra satisfacción. Muchas veces incluso se han adelantado a nuestras
necesidades. Y cuentan con algo fundamental: una enorme liquidez. No van a
necesitar hacerse con nuestro dinero para luego poder prestarlo –que es lo que
en resumen hace la banca– puesto que ya tienen ingentes sumas de dinero. Si
realmente siguen el camino que ya conocen, el de ofrecernos servicios y
productos hechos a nuestra medida, el gran error de la banca será una
bendición. El germen de una nueva banca para el siglo XXI.
Gaspar Llinares