METANOIA (μετανοῖεν)
Últimamente no merece mucho la pena seguir las noticias, no hay nada nuevo y no hay nada bueno. Es evidente que estamos en las profundidades insondables de una crisis histórica. No solo a nivel local o regional, sino global. La economía no responde adecuadamente a los diversos estímulos, ni en Europa, ni en Japón, ni en ninguna parte. Ni siquiera reacciona a la masiva expansión cuantitativa de los balances de los bancos centrales –USA, Japón– que es como una huida hacia adelante para evitar que se produzca un colapso sistémico. Los fuertes crecimientos –inestables, insostenibles– de algunas economías emergentes no logran enmascarar los enormes défi cits sistémicos. El sistema, pues, no está funcionando. ¿Y por qué seguimos con un sistema que ya no nos sirve? ¿Y las reformas? “¡No, eso sí que no, que hay que salvar el status quo como sea!”, que diría el oligarca. Quizás estemos en un momento donde lo viejo se resista a morir y lo nuevo no acabe de ver la luz.
¿Y qué es lo que se supone que va a nacer? Obviamente, un nuevo sistema, dado que el actual nos conduce al colapso, al abismo, lenta pero inexorablemente. En Chipre, por unos días, le hemos visto las orejas al lobo, hemos constatado el caos y sufrimiento que supone un colapso económico, siquiera sea a una escala temporal y geográfi ca reducida. Si la humanidad no logra sobreponerse a las inercias, la profundización de la crisis irá in crescendo. Pues, mal que nos pese, la situación es susceptible de empeorar, y mucho. Es lo que se ha denominado Triple Dip, o tercera recaída. Ahora mismo estamos en la segunda infl exión de la crisis, o Double Dip. Y todo apunta a que nuestro inmovilismo tozudo, o más bien el de las irresponsables élites extractivas, nos conduce inexorablemente a la tercera. ¿Y si las élites extractivas promovieran una o varias guerras a gran escala? Pues esa fue la opción que barajaron los oligarcas de la antigua Unión Soviética para no desaparecer, prolongando la agonía del comunismo. Pero prefi rieron hacer mutis por el foro por el bien de su patria, y para no terminar trágicamente sus días como Ceaucescu, el sátrapa rumano de infausto recuerdo. Aún así, el riesgo bélico derivado de la presente crisis no podremos descartarlo hasta bien entrada la próxima década. Sobre todo en la región comprendida por Próximo Oriente y Asia Central, o en Corea. Las tensiones y malestar acumulados a nivel global durante la presente recesión pueden buscar su salida por los puntos más inestables del planeta: La guerra como seísmo social.
MUTATIS MUTANDIS
Pero en la sociedad civil, en la calle, ya se están incubando los gérmenes del cambio. Y de la gran reacción que llevará a los tribunales a muchos de los que conscientemente han causado tanto daño y expolio. No habrá refugio ni paraíso fi cal que les libre. El mundo es ya una aldea global, no podrán esconderse impunemente e indefinidamente. Podemos observar cambios de considerable magnitud que han calado en la sociedad civil. En primer término, la flagrante pérdida de confianza en las instituciones de los estados, y particularmente en los partidos políticos. Y en las monarquías, cuyo anacrónico elitismo difícilmente se sostiene en la era tecnológica. En segundo lugar, la pérdida de carga ideológica de la economía. Cada vez más, el ciudadano se da cuenta de que no hay que jugar con la economía, pues siempre es él quien acaba pagándolo todo. La economía es una ciencia, y como tal hay que tratarla, sin apenas matices. La economía, al igual que la ingeniería, no debe depender de caprichos o colores políticos. El endeudamiento no es de derechas ni de izquierdas, sino una opción en momentos de necesidad y una irresponsabilidad en momentos de bonanza. Y así sucesivamente. Otro avance es la lucha contra los privilegios de cualquier tipo, que pagamos todos del bolsillo: políticos, banqueros, controladores aéreos, pilotos, ferroviarios, burócratas vitalicios y un larguísimo etcétera. Los estatutos y condiciones de privilegio han generado una economía dual, en la que a medida que mejoran las condiciones de unos, empeoran las del resto, que incluso son expulsados y excluidos socialmente. Como es el caso de los desempleados, los empleos precarios o los minijobs. Una cosa lleva a la otra. Pero es inadmisible avanzar de forma tan asimétrica. La humanidad debe evolucionar de forma coordinada y homogénea, con una tendencia real a la igualdad de oportunidades, que no debemos confundir con la uniformidad o uniformización. Podríamos seguir enumerando cambios sociales, como la creciente exigencia de enjuiciamiento sin ventajas a los poderosos. Pero en el exiguo espacio que permite el presente artículo sería un ejercicio prolijo e innecesario, puesto que el lector ha inducido perfectamente hacia donde nos dirigimos. No obstante, podría objetarse el atraso de numerosos pueblos, lo cual es innegable. Pero incluso los más atrasados se mueven, como demuestra la Primavera Árabe, o las recientes denuncias por violaciones en la India, que antaño quedaban impunes. Sin olvidar los espectaculares avances de la sociedad china, entre otros muchos casos. Occidente sigue a la vanguardia, aunque el resto del mundo sigue sus pasos de modo que la convergencia social global avanza exponencialmente.
CATARSIS
En definitiva, nos encontramos ante un momento de purificación catártica, de cambios muy serios que afectarán a las próximas generaciones. No se trata de cambiarlo todo para que todo siga igual. No funcionaría. La presente crisis tal vez marque el verdadero comienzo del tercer milenio, no por la crisis en sí misma, sino por los cambios sistémicos que habrá posibilitado. Pues es muy difícil cambiar aquello que funciona. Es ahora, que nada funciona, cuando pueden germinar los embriones que conformarán un futuro acorde con el destino que merece la Humanidad. Ahora el individuo cobra conciencia de su importancia, de su lugar en el mundo, de la necesidad de actuar de acuerdo con sus principios. Ya no desea seguir siendo un sujeto pasivo, una oveja más del rebaño, sujeta a las maldades o caprichos de los depredadores de turno. El individuo se integra voluntariamente con la colectividad, de forma coordinada, dejando atrás comportamientos gregarios de rebaño. Entramos en una era en la que lo que volverá a importar es el buen nombre, no el apellido o linaje. La jerarquía se aceptará dentro de las necesidades de un gran equipo u orquesta en la que la funcionalidad implica la existencia de diversos roles, con carácter preferentemente temporal y excepcionalmente vitalicio. Entramos en la era del individuo plenamente responsable, tanto en su dimensión social como en la ética o espiritual. Y todo ello implica maximizar las dosis de libertad, cuya antítesis es la burocracia, las estructuras del Estado excesivas. Se buscará un equilibrio entre las prestaciones y el tamaño del Estado, minimizándolo en lo posible y primando la iniciativa individual, privada. No será fácil lograrlo, puesto que es muy cómodo seguir dependiendo de papá Estado. Pero el precio es la Libertad, la nuestra y la de nuestros descendientes. ¡Vale la pena luchar por ello!
Gaspar Llinares