El modelo ideal en medicina es el que relaciona una enfermedad con una alteración en un determinado gen, aunque en la práctica habitual esto sólo ocurre en algunas enfermedades. Si a un individuo le sobran unos kilos y no hay manera de perderlos, ¿no será porque alguno de sus genes lo impide y siempre será obeso? La respuesta es que, probablemente, no. En la obesidad no hay un gen que justifique por qué una persona es obesa y otra no lo es ni por qué una persona comiendo lo mismo tiene más peso que otra. Aunque los genes de la persona sí regulan o modifican aspectos como la saciedad, o el consumo de energía en los procesos metabólicos que constantemente se producen en el individuo. En el desarrollo de la obesidad intervienen factores genéticos, metabólicos, hormonales, psicológicos, nerviosos y ambientales. Analizaremos ahora los factores genéticos y los factores ambientales. En la ganancia de peso existe una predisposición que viene dada por nuestros genes. El hombre y la mujer fuimos diseñados para acumular grasa y así hacer frente a épocas en las que el alimento podía escasear. Sobre este terreno predispuesto a ganar grasa y peso se añaden en la actualidad factores que potencian esta predisposición genética. Por ejemplo, nos desplazamos en coche en vez de hacerlo caminando, o comemos entre horas a lo largo del día un exceso de calorías, empleamos quizás demasiado tiempo en ver la TV o jugar a videojuegos, o en nuestra actividad laboral estamos sentados en la mesa frente al ordenador. El resultado de ello es una ganancia casi inapreciable de peso a lo largo de los días que da como resultado la obesidad. En este sentido, conocemos familias donde todos sus integrantes tienen obesidad. De igual forma, los gemelos idénticos son muy similares, tanto si crecen juntos como si lo hacen separados, en su peso. Todo ello respalda claramente la participación de las influencias genéticas. Sea cual sea el papel de los genes en el origen de la obesidad, está también claro que el ambiente juega su papel, como lo demuestra el hecho de que en situaciones de hambruna no hay obesidad, incluso en las personas con mayor propensión a ella. También sabemos que hay casos de familias no obesas que se desplazan a vivir a otros países o regiones, y que acaban siendo (ellos o los hijos) obesos. A raíz de los estudios que desde hace unos años se están realizando para descubrir todos los genes que forman nuestro código genético y su relación con las enfermedades que nos afectan, conocemos actualmente algunos genes que predisponen en mayor cuantía a que esta ganancia de peso se produzca. Pero estos genes
no son exactamente iguales en todas las personas, esa ligerísima diferencia que hay en un gen entre una persona y otra lo llamamos polimorfismo del gen. Así, en la población mundial podemos encontrarnos con diferentes polimorfismos de un determinado gen que participe en la ganancia o pérdida de peso. Y son esos polimorfismos que tenemos los individuos los que hacen que una persona esté más predispuesta a ganar peso o a perderlo. Se han descrito numerosos polimorfismos genéticos que modulan el apetito y se asocian a
índices más altos de obesidad. Sin embargo, los resultados de los estudios no siempre son claros y fáciles de interpretar, perdiendo su asociación en determinadas poblaciones. Pero todo esto no nos debe hacer perder el punto esencial: los genes no son responsables de la obesidad; aunque conozcamos que tenemos ciertos polimorfismos para ganar peso, si no hacemos ninguna actividad física, si nos pasamos muchas horas delante de la TV, o si comemos a deshoras y en cantidades importantes, seguiremos teniendo obesidad y padeciendo de enfermedades metabólicas como la diabetes o las enfermedades cardiovasculares. Conocer estos polimorfismos genéticos puede ser útil pero no es obligatorio conocerlos para el manejo del paciente obeso o con tendencia a ganar peso y tampoco para justificar que el individuo no pierde peso.
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