Hace unos años me vi envuelto en un accidente de coche bastante grave, en aquel momento yo estaba estudiando fotografía y siempre viajaba con una Nikon f3, que salió despedida tras el accidente. Cuando conseguí sacar al conductor del coche y al copiloto, me puse a pasear para asimilar lo que acababa de suceder y, entre los restos de coche y la paja del campo recién cosechado, encontré mi cámara. Aún no se muy bien, porque tuve esa reacción, pero puse el temporizador, la apoyé sobra la funda y fotografié el panorama. Después de aquel día simplemente me he dedicado a aprovechar la oportunidad de seguir vivo y de poder dedicar la vida a seguir haciendo lo que más me gusta. Por lo general, a los fotógrafos nos encanta que la gente conozca nuestro trabajo, pero muchos de nosotros utilizamos la fotografía como un medio de expresión y a veces también necesitamos algo más que una foto bonita y la “bendición” de aquel que lo observa. Cuando empiezas a vivir de la fotografía y te tienes que adaptar a los límites que impone el cliente, de alguna forma, dejas de quererla tanto. Por ese motivo, siempre me ha gustado separar la fotografía de la que vivo, de la fotografía por la que vivo. Me explico, en estos momentos, en España apenas exista un coleccionismo estable, como puede haber en Alemania, Francia o Inglaterra. Si que es cierto que cada vez es mayor el número de aficionados a la fotografía, pero es evidente que aún no existe una cultura fotográfica como en otros países y es por eso que me veo obligado a seguir haciendo paralelamente otro tipo de fotografía, más comercial. Cada vez intento meter más mi estilo en este tipo de trabajos y, de alguna forma, ser más exigente con el cliente a la hora de la creatividad. Gracias a esto, sigo amando la foto como al principio, como supongo que cualquier artista ama cualquier medio que le permita transmitir lo que siente en cada momento. La fotografía de autor es un concepto muy ambiguo. A día de hoy, hay mucho intrusismo en este campo, y cada vez es más común encontrarte con “fotógrafos” que justifican cualquier cosa como foto de autor. A mi modo de ver, simplemente es una fotografía más personal, que no tiene límites creativos, pero que debe ir ligada a una calidad y no al “todo vale”. Hay mucha gente que se obsesiona con la técnica. Por supuesto que es importante, pero no siempre tiene por qué verse reflejada, si el fin que se busca no lo precisa. Pero, cuando hablo de calidad no me refiero, únicamente, a la técnica, si no a un trabajo serio, pensado, al que se le ha dado forma y con un estilo definido; que de alguna forma se note que lleva un curro importante detrás. Por otro lado cada vez estoy más desvinculado de la moda. En un primer momento fue una alternativa bastante buena para hacer lo que me daba la gana, pero, a medida que los trabajos son más importantes, menos cabida hay parar tus ideas. Por suerte, no siempre es así y, a día de hoy, intento hacer sólo aquellos trabajos en los que se me da una cierta libertad. Me considero muy afortunado, no sólo porque no me ha faltado trabajo, sino porque, a día de hoy, me veo donde hace unos años no habría imaginado. Que con 25 años mi obra tenga tal aceptación, es algo que jamás habría esperado en tan corto plazo. El mundo de la fotografía es complejo, en cuanto a que no existe un camino marcado. Si yo quiero ser abogado, médico o profesor, está bastante claro el camino a seguir. Que sea más o menos duro, solo depende de las capacidades de cada uno y de hasta qué punto sea, o no, una vocación para ti. Pero cuando uno quiere ser fotógrafo ¿qué hace? Como dice Roberto Iniesta en una de sus canciones, no queda otra que ir “al camino recto, por el más torcido”. Estudias lo poco que hay relacionado con la foto, te vas de ayudante con algún fotógrafo que te adopte y aceptas todo tipo de “currillos” que te van dando muchas tablas, pero poco dinero. Al final, cuando echas la vista atrás, ya tienes recorrido un camino, no muy bien asfaltado y más parecido a la selva, pero que, al fin y al cabo, te lleva a tu destino.