LA MIGRACIÓN DIGITAL, AHORA
La migración digital podríamos decir que comenzó en 1941, con la computadora Z3 de Konrad Zuse, primera máquina programable y completamente automática. Aunque fuera mucho antes cuando el matemático e ingeniero persa Muhammad Musa al-Juarismi (780-850) inventó el algoritmo, es decir, la resolución metódica de problemas de álgebra y cálculo numérico mediante una lista bien definida, ordenada y finita de operaciones. Desde la construcción del primer ordenador, la migración digital no ha hecho más que incrementarse de forma exponencial, como es por todos conocido. No es mi propósito entrar en los detalles de esta evolución, aunque sí debo citar las grandes sorpresas –cisnes negros– que han cambiado y potenciado la migración digital. El primer cisne negro fue la irrupción de Internet. Hasta entonces el mundo digital era cerrado. Internet abre lo digital, y además posibilita la interconexión de literalmente todo el mundo, y con todos los dispositivos y máquinas. Es una verdadera revolución digital. La segunda gran sorpresa la constituyeron las redes sociales, o sea, Internet 2.0. Ahora no solo estamos interconectados, sino que podemos ser ‘amigos’ e intercambiar información personal –incluso muy íntima– prácticamente ‘a la carta’, y opinar si ‘me gusta’ o compartirla con otros sin apenas esfuerzo. Las redes sociales entretienen y para muchos son divertidas. En tercer lugar, y casi a la vez, surgen los ‘smartphones’ y ‘tablets’, es decir, teléfonos y tabletas inteligentes que son verdaderos ordenadores en miniatura, cuya difusión se realimenta –mutuamente– con el éxito de las redes sociales. La mayoría de dispositivos y estrategias digitales han tenido que adaptarse a la nueva realidad, marcada por Internet, las redes sociales y los dispositivos móviles inteligentes: automóviles, trenes, aviones… Ahora bien, cabe preguntarse qué influencia económica ha tenido la migración digital.
En un principio, los ordenadores –y su programación– se emplearon para resolver problemas muy complejos, imposibles de abordar con los medios entonces convencionales. Piénsese, por ejemplo, en el Proyecto Manhattan mediante el cual se desarrolló la primera bomba atómica. No obstante, pronto se pasó a utilizar los ordenadores para la mejora de la productividad, además de para tareas complejas. Así, los primeros clientes fueron las principales universidades, los gobiernos –aplicaciones militares y aeroespaciales– y las grandes corporaciones e industrias. La introducción del transistor en la fabricación de ordenadores, así como el posterior desarrollo de los circuitos integrados y microprocesadores posibilitaron su abaratamiento, a la vez que el incremento de la potencia computacional. Y, con ello, la difusión a mayor escala de la informática, tanto en procesos fabriles como en universidades y centros de investigación. En paralelo se van desarrollando los lenguajes informáticos, que posibilitan los programas estandarizados de ordenador, aparecen los videojuegos, los virus, los antivirus… Por último, como evolución de lo anterior, aparece el ordenador personal, y posteriormente el portátil, que alcanzan difusión masiva, especialmente tras la revolución que supuso Internet. La industria digital tuvo un crecimiento importante prácticamente desde sus inicios. Pero es con la aparición de Internet cuando se dispararon de forma imparable sus cotizaciones en Bolsa, la denominada ‘burbuja puntocom’, que explotó en marzo de 2000, haciendo que el índice Nasdaq cayera abruptamente. Ya en 2012, ha ocurrido algo similar con la salida a Bolsa de Facebook, paradigma de las empresas 2.0. Hay un consenso generalizado de que la migración digital es ineludible. Pero no acaba de comprenderse la forma en que el éxito en la difusión en medios digitales pueda traducirse en términos económicos, monetizarse. Aparte de que la rapidez con que se suceden las innovaciones hace que nadie sea experto en estas lides, pese a que muchos pretendan serlo. Los nichos maduros del negocio digital –hardware, software, juegos, antivirus…– tienen una evolución económica más lineal, previsible. En ellos es predecible una relación causa-efecto. Todo lo contrario de lo que sucede con los nichos de mayor innovación digital –buscadores, redes sociales…– donde todo está en constante ebullición y cambio, y el éxito en las estadísticas no es traducible en mayores ingresos de forma nítida. A lo que hay que sumar la generalizada gratuidad de unos servicios cuyo precio, por consiguiente, únicamente puede ser compensado mediante ingresos publicitarios, a semejanza de lo que ocurre con numerosos medios de comunicación, como la radio y los canales de TV en abierto. Y curiosamente, este hecho, la imperiosa necesidad de contratar publicidad, ha hecho que el mundo digital entre en franca competencia con todos los medios de comunicación. Y ello en medio de la Gran Recesión, una crisis que ha reducido notablemente el tamaño del pastel publicitario. Los medios de comunicación, como la mayoría de empresas hoy en día, ya contaban con páginas de Internet, en las que tranquilamente experimentaban con la proporción y calidad de sus contenidos, suscripciones, etc. Ya habían detectado la reluctancia de los usuarios a pagar suscripciones; pero su negocio principal seguía más o menos incólume. La irrupción de las nuevas empresas TIC, compitiendo agresivamente por un pastel publicitario cada vez más encogido por la crisis, unida al nacimiento de numerosos medios de comunicación íntegramente digitales y gratuitos, han hecho que los medios de comunicación clásicos deban replantearse su estrategia digital. En general, se han visto forzados a acelerar la migración digital, pues la amplitud de sus plantillas, unida al fuerte descenso sostenido de los ingresos publicitarios, ha comprometido muy seriamente su viabilidad económica. Pero, aún así, los números les cuadran a muy pocos, y la cosa va a peor, como la crisis. Por un lado, hay abundantes y variados contenidos informativos gratuitos, tanto de particulares como de instituciones y gabinetes de prensa. Por otra parte, los buscadores facilitan la recopilación de noticias e informaciones con funciones diseñadas a tal efecto. Como decíamos, las suscripciones o el pago por contenidos no despegan. Las redes sociales difunden gratuitamente numerosísimas informaciones y contenidos atractivos. Y, por último, la refractariedad de los anunciantes a pagar por impactos digitales lo mismo que cotizaban en los medios clásicos, hace que los medios de comunicación clásicos tengan lo que ahora se denomina la “tormenta perfecta”. La irrupción de las redes 4G, que ya comienzan a ser realidad en algunos países, hará que la recepción de la señal digital mejore de manera espectacular, tanto para los usuarios de redes WiFi como para los dispositivos portátiles. Lo cual todavía agravará el posicionamiento de los medios clásicos de comunicación. Lo previsible es que desaparezca la mayoría, que se fusione un buen número de ellos, y que la migración digital de los medios de comunicación se acelere todavía más. Asistimos a una integración de los dispositivos de vídeo –televisión, Blu-Ray– y audio con los ordenadores: Internet TV. Los fabricantes de dichos aparatos certifican, pues, hacia donde suponen que irán las cosas. Prácticamente todos los dispositivos –hardware– pueden funcionar inalámbricamente mediante WiFi o Bluetooth, y conectarse así con ordenadores, impresoras y otros periféricos digitales, lo mismo que los sistemas domóticos. El hogar digital es una realidad que no hará más que consolidarse. Pero el problema de fondo subyace: ¿Quién querrá pagar por contenidos cuando hay superabundancia de los mismos? Es la ley de la oferta y la demanda: a oferta infinita, precio cero. Y los potenciales anunciantes: ¿Dónde querrán anunciarse? ¿Para qué pagar por cada clic, si un clic supone ir a su propia página, que en general poco tiene que ofrecer? ¿Y los clics maliciosos, generados por ‘bots’ (robots informáticos)? ¿No será mejor entrar directamente en el mundo digital que depender de la publicidad en sitios web de terceros? ¿Genera ventas la publicidad digital agresiva? Muchas incógnitas, es decir, mucha incertidumbre. Y ante la incertidumbre lo lógico es frenar la inversión, en este caso la publicitaria. Que es lo que está pasando, y durará algún tiempo, hasta que oferta y demanda se equilibren. Seguramente volveremos a ver contenidos de excelente calidad, como antaño. Por los cuales –como pasa con los buenos videojuegos– estaremos dispuestos a pagar, y las empresas a publicitarse. Y los contenidos mediocres, pues gratis o desaparecidos, tanto da. Igual que cuando se inventó la imprenta, allá por el siglo XV, habrá una selección natural a la que no hay que temer, sino emplearla como acicate para alcanzar la excelencia.
En un principio, los ordenadores –y su programación– se emplearon para resolver problemas muy complejos, imposibles de abordar con los medios entonces convencionales. Piénsese, por ejemplo, en el Proyecto Manhattan mediante el cual se desarrolló la primera bomba atómica. No obstante, pronto se pasó a utilizar los ordenadores para la mejora de la productividad, además de para tareas complejas. Así, los primeros clientes fueron las principales universidades, los gobiernos –aplicaciones militares y aeroespaciales– y las grandes corporaciones e industrias. La introducción del transistor en la fabricación de ordenadores, así como el posterior desarrollo de los circuitos integrados y microprocesadores posibilitaron su abaratamiento, a la vez que el incremento de la potencia computacional. Y, con ello, la difusión a mayor escala de la informática, tanto en procesos fabriles como en universidades y centros de investigación. En paralelo se van desarrollando los lenguajes informáticos, que posibilitan los programas estandarizados de ordenador, aparecen los videojuegos, los virus, los antivirus… Por último, como evolución de lo anterior, aparece el ordenador personal, y posteriormente el portátil, que alcanzan difusión masiva, especialmente tras la revolución que supuso Internet. La industria digital tuvo un crecimiento importante prácticamente desde sus inicios. Pero es con la aparición de Internet cuando se dispararon de forma imparable sus cotizaciones en Bolsa, la denominada ‘burbuja puntocom’, que explotó en marzo de 2000, haciendo que el índice Nasdaq cayera abruptamente. Ya en 2012, ha ocurrido algo similar con la salida a Bolsa de Facebook, paradigma de las empresas 2.0. Hay un consenso generalizado de que la migración digital es ineludible. Pero no acaba de comprenderse la forma en que el éxito en la difusión en medios digitales pueda traducirse en términos económicos, monetizarse. Aparte de que la rapidez con que se suceden las innovaciones hace que nadie sea experto en estas lides, pese a que muchos pretendan serlo. Los nichos maduros del negocio digital –hardware, software, juegos, antivirus…– tienen una evolución económica más lineal, previsible. En ellos es predecible una relación causa-efecto. Todo lo contrario de lo que sucede con los nichos de mayor innovación digital –buscadores, redes sociales…– donde todo está en constante ebullición y cambio, y el éxito en las estadísticas no es traducible en mayores ingresos de forma nítida. A lo que hay que sumar la generalizada gratuidad de unos servicios cuyo precio, por consiguiente, únicamente puede ser compensado mediante ingresos publicitarios, a semejanza de lo que ocurre con numerosos medios de comunicación, como la radio y los canales de TV en abierto. Y curiosamente, este hecho, la imperiosa necesidad de contratar publicidad, ha hecho que el mundo digital entre en franca competencia con todos los medios de comunicación. Y ello en medio de la Gran Recesión, una crisis que ha reducido notablemente el tamaño del pastel publicitario. Los medios de comunicación, como la mayoría de empresas hoy en día, ya contaban con páginas de Internet, en las que tranquilamente experimentaban con la proporción y calidad de sus contenidos, suscripciones, etc. Ya habían detectado la reluctancia de los usuarios a pagar suscripciones; pero su negocio principal seguía más o menos incólume. La irrupción de las nuevas empresas TIC, compitiendo agresivamente por un pastel publicitario cada vez más encogido por la crisis, unida al nacimiento de numerosos medios de comunicación íntegramente digitales y gratuitos, han hecho que los medios de comunicación clásicos deban replantearse su estrategia digital. En general, se han visto forzados a acelerar la migración digital, pues la amplitud de sus plantillas, unida al fuerte descenso sostenido de los ingresos publicitarios, ha comprometido muy seriamente su viabilidad económica. Pero, aún así, los números les cuadran a muy pocos, y la cosa va a peor, como la crisis. Por un lado, hay abundantes y variados contenidos informativos gratuitos, tanto de particulares como de instituciones y gabinetes de prensa. Por otra parte, los buscadores facilitan la recopilación de noticias e informaciones con funciones diseñadas a tal efecto. Como decíamos, las suscripciones o el pago por contenidos no despegan. Las redes sociales difunden gratuitamente numerosísimas informaciones y contenidos atractivos. Y, por último, la refractariedad de los anunciantes a pagar por impactos digitales lo mismo que cotizaban en los medios clásicos, hace que los medios de comunicación clásicos tengan lo que ahora se denomina la “tormenta perfecta”. La irrupción de las redes 4G, que ya comienzan a ser realidad en algunos países, hará que la recepción de la señal digital mejore de manera espectacular, tanto para los usuarios de redes WiFi como para los dispositivos portátiles. Lo cual todavía agravará el posicionamiento de los medios clásicos de comunicación. Lo previsible es que desaparezca la mayoría, que se fusione un buen número de ellos, y que la migración digital de los medios de comunicación se acelere todavía más. Asistimos a una integración de los dispositivos de vídeo –televisión, Blu-Ray– y audio con los ordenadores: Internet TV. Los fabricantes de dichos aparatos certifican, pues, hacia donde suponen que irán las cosas. Prácticamente todos los dispositivos –hardware– pueden funcionar inalámbricamente mediante WiFi o Bluetooth, y conectarse así con ordenadores, impresoras y otros periféricos digitales, lo mismo que los sistemas domóticos. El hogar digital es una realidad que no hará más que consolidarse. Pero el problema de fondo subyace: ¿Quién querrá pagar por contenidos cuando hay superabundancia de los mismos? Es la ley de la oferta y la demanda: a oferta infinita, precio cero. Y los potenciales anunciantes: ¿Dónde querrán anunciarse? ¿Para qué pagar por cada clic, si un clic supone ir a su propia página, que en general poco tiene que ofrecer? ¿Y los clics maliciosos, generados por ‘bots’ (robots informáticos)? ¿No será mejor entrar directamente en el mundo digital que depender de la publicidad en sitios web de terceros? ¿Genera ventas la publicidad digital agresiva? Muchas incógnitas, es decir, mucha incertidumbre. Y ante la incertidumbre lo lógico es frenar la inversión, en este caso la publicitaria. Que es lo que está pasando, y durará algún tiempo, hasta que oferta y demanda se equilibren. Seguramente volveremos a ver contenidos de excelente calidad, como antaño. Por los cuales –como pasa con los buenos videojuegos– estaremos dispuestos a pagar, y las empresas a publicitarse. Y los contenidos mediocres, pues gratis o desaparecidos, tanto da. Igual que cuando se inventó la imprenta, allá por el siglo XV, habrá una selección natural a la que no hay que temer, sino emplearla como acicate para alcanzar la excelencia.
Gaspar Llinares