LA VIDA DE UNA BAILARINA
(Desde una visión intimista)
Son muchos los avatares, experiencias, sensaciones, aventuras y conquistas que acompañan la vida de una bailarina. Sumergirse en la excitante aventura del vivir de algo tan abstracto como es la danza, con un único latido como motor dinámico, un pulso al compás del libre albedrío con toda la magia del carpe diem y el devenir del destino como dogma; y tener que defender a su vez su existencia en un mundo como el nuestro regido y sujeto por estructuras concretas, constituye una gran contradicción fascinante con la que hay que convivir. La relación sagrada que se establece con la danza es incomparable con cualquier relación humana. Es un universo infinito dentro de un cuerpo finito. La inconmensurable grandeza del arte llena cada uno de los instantes de tu vida. Todo lo que te mueve, lo que haces, piensas, sientes y realizas viene desde la misma fuente de energía. Ésta es inagotable y está íntimamente ligada a ti como si de un solo ser se tratara. El canal con lo mágico, lo inexplicable, lo intangible y con el misterio de la vida está siempre abierto y todas tus funciones vitales están conectadas con esa manera de entender la existencia. Es la grandeza del arte de la danza. En la vida de una bailarina el plano personal y el profesional son solo uno. Eres danza las 24 horas. Eso no significa que estés bailando todo el tiempo, sino que tu sensibilidad artística está tan unida a ti que no puedes ser dos personas, la trabajadora y la persona, sino solo una, la bailarina. Se percibe en el aura, en los movimientos, en como se camina, en la forma de expresarse, en la naturaleza misma de la persona, en su comunicación… La danza siempre te acompaña. La danza es un don, dicta tu vida, forja tu destino, es tu sino, tu compañera de crecimiento y desarrollo en todos los niveles: espiritual, anímico, físico, intelectual y emocional. Por eso mismo merece todos los cuidados. Con ella recorres el mundo, te nutres de todo aquello que te ofrece, te enriquece, te hace mejor persona. Pues el cuerpo en relación con la danza es un instrumento preciado, un tesoro que se nos da en vida y en él están todas las posibilidades de la existencia; hacerlas brotar, cultivarlas, darles vida, darles forma, pulirlas es un trabajo que lleva toda una vida, pero siempre va in crescendo y no en minuendo, pues lo aprendido y adquirido raramente puede perderse. Y como en todo conocimiento, cuanto más sabes, más necesitas saber porque se amplían mucho más los horizontes y tienes la sensación real de lo poco que sabes y de que queda mucho por conocer aún. Conocer otros bailarines, personas afines a tu sensibilidad vital y artística, con la misma manera de entender la vida, de entregarse a ella es otro de los regalos que la danza te ofrece. Éstos intercambios artísticos son maravillosos. Los encuentras en tu entorno, pero también cuando viajas por trabajo al extranjero. Entonces tu vida se regenera de nuevo, al reencontrarte con seres libres de espíritu, que exprimen la vida con toda la intensidad que se puede, en la búsqueda de si mismos, pesquisando la vida a través del conocimiento de la danza y de sus múltiples expresiones. Ver y ser partícipe del milagro que obramos al demostrar con nuestra existencia que también se puede entender la vida con otro prisma que no sea social-político-financiero, es muy alentador. Saber que somos necesarios en este mundo porque aportamos mucha belleza, es el aliento que te hace sentir que lo que haces está bien hecho. Y la belleza siempre gusta. La bailarina necesita herramientas con que construir su obra artística y estas son fundamentales: comunión con la música, sensibilidad muy desarrollada, creatividad sin límites, capacidad sutil y grande de expresar emociones, ilusión a raudales, motivación, técnica, conocimiento, delicada belleza, firmeza, integridad, tolerancia, fantasía, buena comunicación, energía positiva y ser fi el a lo que se quiere. Los valores de una bailarina tienen que ser afines a su gran sensibilidad. Una bailarina no es un ser frágil, al contrario, ser bailarina en este sistema te convierte en un ser mucho más fuerte precisamente porque tenemos que defender nuestro precioso jardín florido en un mundo de estructuras cuadradas y a veces grises. Por eso mismo, los valores toscos, no gozan del interés de la bailarina. Todos los humanos valoramos el arte, nacemos con esa capacidad, es la parte divina con la que nacemos. Todo el mundo disfruta de la música, de un buen libro, de la danza, de una escultura, de una obra arquitectónica, de la poesía, del teatro, cine… La bailarina tiene una compleja vida, pues no se sujeta con estructuras sólidas, sino orgánicas, y con ello va evolucionando. Es gratificante al 100% poder vivir de la danza, aunque el camino no sea siempre de rosas, pero hasta de las espinas se sacan preciosas lecciones que valen oro. Cada día que pasa, amas más la danza por todo lo bueno que siempre te ha dado y te dará, por su apoyo incondicional por eso siempre le serás fiel. Carolina Grandela, bailarina profesional, coreógrafa, reconocida maestra internacional y productora de danza.
Margarita Rabassa